Según la leyenda de los
cinco soles, la humanidad no fue creada una sola vez. Los dioses experimentaron
varias ocasiones para dar vida a diversas humanidades encabezadas por un sol,
representante de la propia divinidad creadora, que por diferentes motivos,
fueron deshechas.
El primero en intentar
crear vida en la tierra fue Tezcatlipoca, el sol tigre, quien dio vida a unos
gigantes. Su comportamiento enojó tanto a Tezcatlipoca, que se los comió transformado
en tigre.
Quetzalcóatl, el sol
viento, decidió repoblar el mundo. Colmado del mal agradecimiento de su
creación, envió una gran tormenta que acabó con casi todas esas criaturas. Los
que salvaron quedaron convertidos en monos.
Tlátoc, el sol de la
lluvia, volvió a intentar la creación, pero nuevamente los hombres se
condujeron de mala manera. Una lluvia de fuego los consumió. Quedaron algunos vivos
pero se quedaron en el mundo como pájaros.
Chalchiuhtlicue, el sol del agua, creó la
cuarta humanidad. Pero un diluvio los convirtió en peces. Sólo una pareja, que
estaba en un enorme árbol, escapó de la condena, pero Tezcatlipoca los
transformó en perros.
Quetzalcóatl fue el último
creador. Bajó al mundo de las tinieblas, el mictlán, para tomar algunos huesos
de los antiguos muertos. La mujer serpiente, Cihuacóatl, los molió y las otras
deidades aportaron su sangre para crear una masa con la que tomó forma del
cuerpo humano. Esto ocurrió en Teotihuacán, la inmensa ciudad que en la época
azteca se encontraba en ruina. Allí, también, dos dioses se sacrificaron (se
lanzaron al fuego) para dar vida al sol y a la luna. Los demás dioses tuvieron
que darles sangre para que se movieran. Así, de este sacrificio de los dioses
se forjó la humanidad náhuatl, de la cual los aztecas eran sus últimos
representantes. A ella Quetzalcóatl le regaló el maíz y le enseñó las artes que
les permitieron vivir de un modo completamente distinto al de sus antecesores.
Tezcatlipoca, por su parte les entregó el fuego.
Los aztecas fueron
agradecidos. Constantemente realizaban sacrificio de sus víctimas (y no solo de
sus victimas) a los dioses con el objeto de revitalizarlos en la permanente lucha
entre la luz y las tinieblas. La sangre empleada en la creación volvía, así,
hacia los creadores. Los sacrificios cumplían, además, otra importante función:
dotar de carne a una población que no disponía de suficientes proteínas
animales. Los cronistas afirman que el cadáver del sacrificado era entregado a
la familia del guerrero que lo había apresado.
El nacimiento y destrucción
de sucesivas humanidades forjó entre los aztecas un sentido cíclico de la
historia, creyendo que los acontecimientos volvían a repetirse transcurrido un
determinado lapso. Ello se refleja muy bien en las vacilantes actitudes de
Moctezuma II, el monarca que vivía asustado ante la posibilidad de que el sol
de la quinta humanidad estuviese llegando a su fin, como parecía anunciarlo la
serie de catástrofes recaídas sobre Tenochtitlán poco antes del desembarco
hispano en Veracruz.
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